¡Hola! ¡Feliz año nuevo! Seguro que tuviste un fin de año increíble en el que hiciste todos los rituales que había que hacer. Usaste la ropa interior del color de tu preferencia, barriste la banqueta, corriste a la esquina cargando una maleta y comiste las 12 uvas reglamentarias. Todas son tradiciones muy bonitas que traen consigo la esperanza de tener un año cargado de aventuras, de amor, y de prosperidad.
Debo confesar que la tradición de fin de año que más disfruto es la de los propósitos de año nuevo. Yo usualmente hago 12 y siempre es complicado escoger cuáles son las promesas que me quiero hacer en el año, y es que, honestamente, casi nunca las cumplo todas por más que me esfuerce. Tal vez voy al gimnasio las primeras semanas de enero e incluso llego hasta febrero, pero después sale un compromiso, o tengo mucho trabajo, o simplemente no estoy de humor, y empiezo a dejar de ir hasta que de plano un día decido cancelar mi membresía por enésima vez. Así me pasa con todo lo demás, con la dieta, con las visitas regulares a mi madre, con la novela que simplemente no puedo acabar. Es muy triste y frustrante ¿te ha pasado? Si es así, quiero invitarte a que hagamos un viaje a tu interior, porque quiero enseñarte una historia que ya conoces muy bien ¿lista? Respira hondo y vamos hacia ese espacio que está en el centro de tu estómago.
Imagina que estás en un lugar oscuro que a penas te deja ver el dibujo de unas cuantas siluetas. No sabes muy bien que hay a unos cuantos metros de ti, pero parece que son plantas porque más o menos se ven sombras de grandes hojas, como de palma, aunque realmente no estás segura. Ves también algunos seres que caminan en 4 patas, pero tampoco es claro lo que son, podrían ser gatos, perros, zarigüeyas… por más que intentas ver qué es lo que te rodea simplemente no te es posible y entre más te esfuerzas, más difuso se vuelve todo. De pronto se abre un camino frente a ti, pero pareciera que más adelante, en ese mismo sendero, todo es incluso más oscuro, así que no sabes si tomarlo o mejor te quedas en donde estás, que, si bien no te sientes plenamente segura ahí, por lo menos es un sitio que conoces ¡¿pero que tal que más allá de la oscuridad de aquel camino hay una luz?! No sabes qué hacer, estás confundida, y en lo que te decides, el sendero se borra y ya no tienes más opción que quedarte en donde estás.
Entonces, bajas la mirada hacia tus pies y ves una pequeña luz incandescente, como la brasa de una fogata o la chispa que se desprende de una madera quemada. Toda tu atención se dirige hacia la diminuta luz que está a tus pies y de pronto una extraña calma, una sensación pasajera de consuelo, una sutil impresión de seguridad te envuelve y, como llevada para esta nueva perspectiva, te sientas frente a ella. La brasa permanece del mismo tamaño, pero su luz no languidece y entre más te concentras en ella, más pareciera que crece, aunque sólo sea dentro de ti.
De pronto nada de lo que está alrededor de ti, en este sitio oscuro, pareciera tener importancia, el camino, las plantas, las criaturas que caminan en cuatro patas, todo comienza a desaparecer entre las cosas que en realidad son irrelevantes. Lo único que importa eres tu y tu pequeña brasa, y te sientes agradecida de tenerla contigo, de que estás sentada frente a ella, de que tienes manos para sentir su calor, de que tienes pulmones con los que puedes respirar al ritmo de su resplandor. Te sientes agradecida porque estás viva para concentrarte en esta pequeña brasa.
Así de pronto nos sentimos con los propósitos de año nuevo. Son metas que son tan difusas como las sombras, objetivos que, a pesar de que parecen muy concretos en realidad son siluetas de un proyecto que queda tan lejos, que corremos el peligro de perdernos en él. Mejor estar agradecidas con lo que tenemos frente a nosotras, con el peso y la sustancia de nuestros propios pasos, los mismos que damos en el aquí y el ahora. Estemos agradecidas con las sonrisas de nuestras hijas, con la curiosidad de nuestros niños, con los centímetros que crecen a diario, con los paseos que damos tomadas de sus manos. Encontremos en ellos la pequeña brasa que es capaz de iluminar la más oscura de las noches.
Comments