¿No hay días en lo que todo parece un caos perpetuo? Siempre hay algo que requiere tu atención, los hijos, el trabajo, la pareja, la familia, los quehaceres, en fin… todo exige un momento de tu tiempo y pareciera que es simplemente interminable y la inclemencia del mar caótico asesta golpes más duros y constantes sobre la quilla de tu pequeña barca. Así le pasó a Rosalía, la más dura navegante de los siete mares, el día que enfrentó completamente sola, la tormenta más dura que ha enfrentado una embarcación humana.
Rosalía venía de una larga tradición de navegantes. Todas las mujeres de la familia de Rosalía habían navegado las aguas del mundo buscando aventuras, librando batallas o simplemente buscando qué llevar a los platos de sus hogares. Rosalía desde pequeña aprendió cada uno de los movimientos que debe hacer una buena navegante y conocía perfectamente cada uno de los detalles de una embarcación, pero nadie la preparó para enfrentar las aguas que famosamente hubo de encontrar.
Cuando en el horizonte avistó las nubes, supo que nada bueno venía hacia ella, pero se sentía confiada y segura de sus habilidades. Amarró todo perfectamente para que nada pudiera lastimarla, aseguró las velas, se puso su chaleco salvavidas y se dispuso a enfrentar la tormenta, tomando firme el timón. Cuando el viento comenzó a arreciar y las olas empezaron a hacerse más bravas, todo se movía y Rosalía trataba de mantenerse al tanto de todo. De la siguiente ola, de la integridad de la quilla y de las aletas, del timón, de las velas. Estaba al pendiente del nivel del agua, preocupada de que su barco no fuera a zozobrar. Su corazón latía tan rápido que ya no sabía si lo que se escuchaba era el sonido de las olas rebotando contra el barco o su palpitar.
Entonces, una enorme ola asomó su horrible rostro y Rosalía, atónita la contempló, pero no reculó. Frunció el ceño, apretó con firmeza el timón y apuntó la popa de la embarcación hacia la cresta y alcanzó a campearla. Rosalía estaba muy orgullosa de su pequeño barco, y de ella misma por haber logrado pasar la dura prueba, pero entonces se dio cuenta que la fuerza del mar se había llevado su caja de provisiones. Con temor, la capitana miró esto y evaluó las posibilidades, cuando entonces volteó hacia el horizonte y observó que la tormenta habría de continuar por varias horas. Por primera vez en su vida de navegante tuvo miedo, y con lágrimas en los ojos tomó la decisión más difícil de su vida.
Rosalía soltó el timón y se refugió en la cabina de su barco. Estaba desesperada, seguía pensando en las olas, en las velas del barco, en el ancla, en lo que iría hacer sin provisiones. En su desesperación, observó un charco de agua que se movía de adelante hacia atrás, al ritmo de la embarcación y se dio cuenta que el agua no se resistía a la inercia, sino que iba con ella. Pensó que todo en la naturaleza actúa de la misma manera; lo árboles no se resisten al viento, la madera no se refugia del fuego, la tierra no se opone a los temblores, y los pájaros no vuelan contra la tormenta. Todo en la naturaleza baila con todo sin resistirse y así Rosalía decidió que la mejor manera de enfrentar la tormenta era dejarse ir con ella.
Empezó a ir con las olas sin resistirse a ellas, sin anticiparse a la siguiente, sin preocuparse por la que pasó, simplemente asumiendo una a una. Las olas, pensó, no dejaran de venir, y el caos habrá de continuar, pero si voy con ellas no hay razón por la que deba caer, y si caigo me levanto para ocuparme de lo que ha de venir después, sin pensar en cómo será, simplemente aceptándola como es. Eventualmente la pequeña embarcación logró salir de la tormenta cuando ella y su valiente capitana Rosalía se dejaron ir con la marea.
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