Necesitas salir a caminar para respirar y para calmarte después de lo ocurrido,
sobretodo porque, lo que había comenzado como una fiesta muy amena, después de
tu escena se ha puesto más frío que un funeral. Tras un breve silencio que te parece
que dura una eternidad decides levantarte, tomar tu abrigo y salir de la casa ante la
mirada atónita de todos tus invitados. Ni modo, piensas, tengo que salir de aquí para
pensar un poco.
Caminas con un paso apresurado, como si quisieras huir de algo que no te persigue pero que sientes que te respira en el cuello. Nunca le habías gritado de ese modo a Romina, te reprochas, y sobretodo con palabras tan hirientes.
Estás muy alterada, pero sobretodo con una sensación muy rara en el estómago. No es precisamente un dolor como los que te dan cuando comes demás, sino es más bien una punzada que te presiona.
Sientes las piernas entumecidas y unas ganas intensas de llorar un llanto que tienes ahogado en la garganta. Recuerdas su rostro de espanto tras el grito tan estridente que le lanzaste y tratas de justificarte con que estabas muy presionada y con que Romina te llevó a tu límite, pero después regresa ese dolorcito en el estómago y esa sensación de angustia.
Es entonces cuando reconoces que lo que sientes, es culpa. Eso debería hacerte
sentir mejor. Al final has aprendido que el primer paso para manejar tus emociones
consiste en reconocerlas, pero esta vez no es suficiente con mirar a este horrible
monstruo directo a los ojos. Al contrario, pareciera que al haberlo nombrado éste
tomara fuerza y empezara a recordarte de todas las veces que has sido injusta con
Romina, de todas las veces que pudiste jugar con ella y en vez de eso decidiste
enfocarte en tu trabajo. También piensas en lo buena y paciente que ha sido contigo y
recuerdas que no sólo has sido tú la que la ha consolado, sino que ha habido
momentos en los que ella se acostado en tu pecho para calmarte cuando has estado
alterada y entonces, en ese momento, el llanto finalmente se te escapa de los ojos y
tras unos instantes te das cuenta de que has caminado sin rumbo y no sabes bien en
dónde estás.
Llegas a una plaza en la que nuca habías estado, pero que de algún modo te
trae un recuerdo de infancia. Está llena de luces navideñas, de árboles, y de
parafernalia que puedes agregar a tus decoraciones en el último minuto. Está llena de niños y niñas que corren y juegan envueltos en sus vestimentas de invierno, mientras
que sus papás les compran algodones de azúcar y ponche. Hay parejas jóvenes que
caminan por los puestos con un termo que, según ellos es café, pero que todo mundo
sabe que es vino caliente o ponche con piquete. También hay un borracho que está
feliz y cuando se encuentra a alguien balbucea algo que parece ser “feliz navidad”, o
por lo menos eso piensa. Es un lugar que te parece mágico, lleno de música, de
colores, y que le regresa un poco de calor a tu corazón.
En una esquina alejada de todas las demás luces brillantes y rutilantes, ves a una vendedora con los últimos adornos que le quedan en su puesto. Se ve feliz porque,
al parecer, ha vendido todo lo que tenía excepto una tira de luces y se rehúsa a irse sin
antes venderla. El único problema es que las luces no prenden del todo, y la obstinada
vendedora, haciendo uso de todos sus esfuerzos, a momentos logra que los focos
prendan.
Miras como se prenden, y por una extraña razón sientes una sensación de calma. Piensas en lo mucho que agradeces esos gestos que ha tenido Romina contigo,
en lo buena que ha sido cuando pensabas que todo estaba perdido, cuando pensabas
que no ibas a poder encontrar la forma de darle una vida plena y feliz… y tras un
instante se apagan.
Miras como se vuelven a prender, y piensas en lo duro que ha sido encontrar
un hogar para las dos, un trabajo que te satisface, una pareja como Daniel que te apoya
y te ama, cuando pensabas que aquello del amor era sólo un mito, y te sientes muy
agradecida. De pronto la sensación de culpa se va yendo, y te das cuenta de que en la vida se cometen errores, pero si nos concentramos en estar agradecidas con lo que la vida nos da, en vez de enfocarse en esos errores, la culpa se va y nuestro corazón se llena de luces.
Regresas corriendo a casa. Ya no estás perdida. Conoces perfectamente el
camino, y cuando llegas subes corriendo hasta el cuarto de Romina y le das un fuerte
abrazo, mientras le dices “Gracias, por estar conmigo”.
Commentaires